Un paso a la felicidad

Nuestro mundo en sociedad ha cambiado drásticamente en estos últimos siglos, moldeando las características del hombre al antojo de la tecnología y del poder por encima de esta.

El humano nunca estuvo listo para vivir en ese mundo mecanizado de la industrialización, y tampoco lo está ahora para soportar el estrés de la vida actual. Se nos ha enseñado a muchos que dependemos de un título universitario para cumplir nuestras metas, en muchos casos este título no cobra validez hasta llegar a una maestría, y en muchos otros este nunca cobra validez o relevancia. Y al final de todo, el título es solo una herramienta de reconocimiento para ser contratado por alguien más; trabajar y servir a los deseos de un tercero, ¿acaso eso es una meta final? ¿Trabajar de lo mismo hasta el día en que llegue la jubilación?

En algunas clases culturales, y dependiendo del lugar, esto se limita aún más a tener una familia y un trabajo simple para mantenerla.

Un humano es capaz de aprender y ejercer miles de talentos que pueden incluir varios temas culturales distintos, dejando de lado el aburrimiento y mejorando la capacidad intelectual, artística y racional. En una carrera, donde el tiempo humano es consumido trágicamente, la mayoría de las materias se orientan a un solo tema y quizás de la forma que nosotros no esperábamos, y las materias culturales complementarias puede que sean o no de nuestro agrado.

La híper especialización resulta en un individuo que solo conoce de una cosa y socialmente le es permitido trabajar en esa única cosa. Lo que produce aburrimiento, estrés en la juventud y desidia intelectual en la adultez.

El conocimiento se ha vuelto una mercancía, el amor una exclusividad.

Esto sumado a las antiguas tradiciones que aún se arraigan tóxicamente a la sociedad como una exigencia social: debes de buscar una pareja, casarte, y tener hijos; debes de considerarte un igual y trabajar para mantener un ideal.

¿Por qué nos entristecemos cuando no tenemos una novia o no logramos alguna de estas metas? Es porque el deseo colectivo se ha apoderado de nosotros.

Un padre, un tutor, quien sea que forme parte de nuestra educación debería enseñarnos el camino a la felicidad a través de nuestra propia formación y no instaurar deseos o impulsos ajenos a los nuestros.

El siglo XXI ha comenzado hace más de cuarenta años con el inicio del internet, veo que esto ha provocado una división cultural no entre aquellos que tienen más o menos conocimiento o poder, sino  entre quienes usan un alto nivel de razonamiento y quienes no, pero vivimos mezclados y es difícil conseguir una división social entre ambos.

Escribo esto no con el afán de convencerlos de hacer lo contrario a la sociedad, pero sí para que nos percatemos de nuestros deseos en relación a nuestras capacidades y nuestras oportunidades. No somos iguales entre nosotros, no nacemos con las mismas habilidades mentales, físicas, ni con las mismas oportunidades de vida; seremos sujetos atados a una sociedad, pero también actuamos como individuos porque es lo que somos. De momento nuestra vida es finita, pero lo que hacemos no. Cada persona puede elegir aquello por lo que será recordado.

 

Eric J. Lagarrigue

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